La verdadera educación debe ser en la igualdad y eso solo es posible en la escuela pública.


24/02/2010 ANTONIO Aramayona.

No voy a remontarme a épocas lejanas, sino solo a los inicios de la democracia española, ya bien entrados los setenta. Algunos piensan que entonces sus conciudadanos leían mucho, estudiaban un montón, se expresaban correctamente y recitaban con fluidez la lista de los reyes godos y los afluentes del Tajo por la derecha. Sin embargo, la realidad distaba mucho de tales supuestos. En 1977, un 10% de los niños de 6 a 11 años no estaba escolarizado y se dedicaba a vagar por las calles de su barrio o ayudar como pudiera a la familia. De los 12 a los 14 años, solamente un 65% iba a la escuela, y casi dos tercios de los comprendidos entre 15 y 16 años ya no cursaban estudios secundarios postobligatorios. Así las cosas, hacia 1980 la cuarta parte de la población mayor de 16 años era analfabeta funcional o carecía de estudios. En otras palabras, vivíamos en un país con unos parámetros bastante tercermundistas, muy alejado de las tasas de educación obligatoria existentes desde muchos años antes en los países europeos occidentales, aunque también con un sector de la población de un cierto nivel cultural.